En una conferencia reciente, Robert F. Kennedy, Jr., director del Departamento de Salud y Servicios Humanos en EE.UU., mencionó que uno de cada 31 niños de ocho años ha recibido un diagnóstico de autismo, describiendo esta situación como una “tragedia”. Sin embargo, expertos han rechazado sus afirmaciones, destacando que el autismo es una condición que es entre un 60 y 90 por ciento hereditaria, y que en el 40 por ciento de los casos se pueden identificar mutaciones genéticas específicas. Aunque hay factores ambientales implicados, como la contaminación del aire, el aumento de diagnósticos se debe principalmente a las categorías de diagnóstico más amplias y al cribado más exhaustivo.
Los estudios muestran que las diferencias en el cerebro pueden ser detectadas en niños de tan solo seis meses, mucho antes del diagnóstico usual alrededor de los dos años. Kennedy también ha mencionado que el autismo es una “epidemia” causada por exposiciones ambientales recientes, ignorando la complejidad de los factores genéticos y de diagnóstico.
Desde el año 2000, el Autism and Developmental Disabilities Monitoring Network ha seguido la evolución de estos diagnósticos, reportando un aumento de 1 en 150 casos a 1 en 31 para niños de ocho años. Cambios importantes en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales a lo largo de las décadas han ampliado los criterios de diagnóstico, lo que explica parte del aumento observado.
California se revela como el estado con mayor prevalencia, atribuido a un empuje fuerte hacia evaluaciones tempranas y escasa estigmatización de la condición. Además, se observa una mayor incidencia del autismo entre niños de padres mayores, así como nacidos prematuramente, debido posiblemente a un cuidado neonatal mejorado. Factores ambientales también juegan un rol, por ejemplo, fiebres durante el segundo trimestre del embarazo y la exposición a partículas finas durante el embarazo y el primer año de vida. Sin embargo, estudios recientes han desmentido teorías como la relación de la ecografía y el autismo, así como el vínculo con las vacunas MMR.
Pese a esto, la administración de Kennedy sigue explorando estas áreas, impulsando la investigación sobre posibles causas, incluso cuando haya evidencia científica que las descarte. Mientras tanto, las agencias federales continúan con investigaciones más precisas sobre el impacto ambiental en el autismo, buscando desarrollar herramientas que clarifiquen la vasta información existente.
La comunidad científica insiste en la importancia del conocimiento acumulado sobre el autismo para apoyar a niños y padres sin caer en conspiraciones sobre causas únicas y aterradoras. Esta perspectiva asegura un avance en la comprensión de este complejo trastorno del desarrollo que afecta a muchas familias.