La integración de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito judicial ha dado lugar a una serie de beneficios operativos y organizativos notables. Sin embargo, este avance trae acompañado un complejidad ético de gran magnitud. La IA, con su promesa de mejorar la eficiencia y reducir costos en los procedimientos judiciales, ya se utiliza en numerosos sistemas de gestión de casos, investigaciones legales y predicciones de sentencias en países como Italia y la India.
El Sistema de Gestión de Información de Casos (CIMS) en India, por ejemplo, ayuda a automatizar procesos judiciales, mientras herramientas como Giustizia Predittiva predicen resultados de casos en función de precedentes legales anteriores. Herramientas especializadas como el Sistema Integrado de Decisiones de Soporte ofrecen a los jueces acceso a información legal relevante, asistiendo en el proceso de toma de decisiones.
Sin embargo, la creciente incorporación de la IA en estos procesos plantea preocupaciones éticas significativas. Entre los problemas destacados se encuentran el sesgo inherente que podría cubrir decisiones injustas, la falta de transparencia en los algoritmos que muchas veces resultan en una “caja negra”, y problemas relacionados con la protección de datos personales.
Uno de los casos que ilustran las dificultades que enfrentan estos sistemas se observa con COMPAS, una herramienta estadounidense de evaluación de riesgos, que manifestó un sesgo racial en sus recomendaciones. Este tipo de sesgo no es intencionado pero, no obstante, refleja la práctica de sesgos presentes en los sistemas de justicia criminal.
La privacidad y protección de datos se mantienen como preocupaciones cruciales ya que los sistemas de IA dependen de grandes volúmenes de datos personales. Este uso de datos sensibles instaura un riesgo persistente de violaciones de la privacidad y requiere directrices claras sobre la recolección, uso y almacenamiento de dicha información.
En el ámbito judicial, una parte del dilema ético también se deriva de los sistemas de interfaz cerebro-computadora basados en imágenes del habla, cuyo desarrollo trae consigo preguntas sobre la fiabilidad y violaciones potenciales a los derechos humanos.
Para enfrentar estos desafíos, se proponen soluciones que van desde una mayor supervisión humana y limitación de datos, hasta la colaboración interinstitucional para compartir las mejores prácticas éticas. Será imprescindible un marco ético claro que se implemente globalmente, promoviendo la transparencia, la responsabilidad y la minimización de sesgos en los sistemas de IA.
A medida que el mundo avanza hacia una integración más completa de la AI en el sistema jurídico, es imperativo que el uso de estas tecnologías se rija por éticas robustas y adaptables, asegurando así que la justicia permanezca equitativa, imparcial y segura para todos.