El destino del Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS) de la NASA ha sido enfocado como un tema de gran discusión en los círculos espaciales y gubernamentales de los Estados Unidos. La idea de archivar este costoso proyecto en favor de tecnologías espaciales más innovadoras y realistas ha cobrado fuerza. Desde la perspectiva de numerosos expertos, se trata de tomar decisiones que se alineen mejor con las capacidades financieras y tecnológicas de la agencia.
De acuerdo a lo expuesto, el SLS, junto a su cápsula Orion, viene arrastrando inconvenientes no solo técnicos, sino económicos. Cada lanzamiento del SLS cuesta una asombrosa cifra de 5.7 mil millones de dólares, lo que puede considerarse obsceno si se compara con alternativas más accesibles y reutilizables, producidas por el sector privado. La dependencia en contratos de “cost-plus” ha sido identificada como una práctica nociva, permitiendo elevaciones de costos sin control. Este tipo de contractualización ha llevado a la NASA a enfrentar un sobrecosto de 6 mil millones en los motores principales del cohete.
La historia del SLS está ligada a un paradigma de gasto vinculado a la política, donde lo que algunos llaman “socialismo sureño” ha permitido que un programa como este continúe a pesar de su demostrada ineficiencia. La presión política para mantener trabajos en estados clave ha sostenido a este gigante gasto, en detrimento de programas científicos más vitales y de una planificación de vanguardia, posponiendo una realidad lunar tangible hasta la década de 2030.
El reporte presentado por la NASEM en septiembre de 2024, bajo la dirección de Norman Augustine, resalta la desalineación entre las ambiciones y los medios de la NASA. Con una política de gastos como la actual, la agencia terminará limitando su propio potencial de innovación. En lugar de seguir con el modelo actual del SLS, se propone alentar desarrollos en tecnología de propulsion reutilizable, recolecta de recursos espaciales y manejo de residuos orbitales.
El camino a seguir, según críticos, es claro: orientar la destreza existente en centros tecnológicos clave hacia áreas emergentes como el combustible espacial, tecnologías de poder satelital, y nuevas técnicas de exploración. Bajo estas premisas, la agencia podría realmente comenzar a abordar la competencia en un entorno espacial cada vez más global e innovador. Además, la relación con la competencia privada, como SpaceX y Blue Origin, debería ser utilizada como motor estratégico para transiciones más eficientes y económicas.
El llamado es, con firmeza, a una reorientación eficiente de la NASA que pase de un modelo obsoleto y gastos superfluos, hacia un futuro lleno de potencial. Así, no solo se podría imaginar una agencia más robusta y competitiva, sino también una que pueda asegurar el progreso y avance en el cosmos bajo principios más aplicados a la realidad.