El paso del huracán Helene ha dejado una huella indescriptible en las regiones de Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia, donde los niveles de agua y los daños se han convertido en un recordatorio impersonal del poder de la naturaleza. El inicio del desastre se produjo cuando Helene tocó tierra en Florida como huracán de categoría 4, avanzando con furia hasta Georgia, donde, ya como categoría 2, comenzó su torrente de aguas. Las cantidades de lluvia que cayeron, más de 18 pulgadas en amplias zonas del oeste de Carolina del Norte y hasta 20 pulgadas en otras, son testimonio de un fenómeno que se considera de ocurrencia milenaria.
Las ciudades y pueblos situados en las montañas de los Apalaches, que a menudo se creen protectores por su altura, han visto su ilusión de inmunidad desaparecer en cuestión de días. La incontinencia de lloviznas previas había dejado la tierra saturada, lo que aumentó el caos cuando Helene arremetió con toda su fuerza. Las comunidades rurales, además de ser golpeadas directamente por el temporal, se encuentran precarizadas por su vulnerabilidad económica, lidiando no solo con los daños, sino también con una infraestructura que, según expertos, estaba diseñada apenas para circunstancias mucho menos catastróficas.
La retirada de carreteras y caminos esenciales ha complicado los esfuerzos de evacuación y respuesta, y cerca de 1.5 millones de personas siguen sin suministro eléctrico, un problema que afecta gravemente otras infraestructuras esenciales como la comunicación y el suministro de agua. Esta desconexión del mundo moderno complica aún más la perspectiva de recuperación, alargando el camino hacia la normalidad a un horizonte casi inalcanzable. Se estima que la recuperación completa podría extenderse a lo largo de décadas.
A través de las alturas y recovecos de estos montes, el agua ha encontrado su camino, aumentando en velocidad y causando más estragos a medida que avanzaba hacia las zonas de menor elevación. La historia recuerda eventos desbastadores similares, como las inundaciones de 1916 que asolaron Asheboro tras tormentas consecutivas. Lo que diferencia a Helene es su intenso impacto, fortalecido por fenómenos que son, en parte, atribuibles al cambio climático actual.
La comunidad científica, con inquietudes punzantes, observa con atención, pues la naturaleza intrincada de los huracanes en altitudes no ha sido ampliamente estudiada. Con el aumento teórico de condiciones para tales tempestades devastadoras, surgen preguntas sobre cómo el cambio en las condiciones ambientales modernas podría favorecer tales eventos en el futuro, agregando presión sobre los responsables de la construcción y gestión de infraestructuras resilientes.