Entrar en una sala llena de bulldogs ingleses y persas puede parecer normal para un amante de los animales, pero para un evolucionista, es una escena intrigante. Un estudio liderado por la bióloga evolutiva Abby Grace Drake ha revelado que, a pesar de ser especies separadas por 50 millones de años de evolución, ciertas razas de perros y gatos comienzan a compartir similitudes en la forma del cráneo. Este fenómeno, conocido como evolución convergente, es común cuando especies no relacionadas desarrollan características similares debido a presiones ambientales semejantes. En este caso, la presión no proviene de la naturaleza, sino del ser humano.
La investigación, basada en la exploración de 1,810 cráneos de gatos, perros y sus parientes salvajes, ha subrayado cómo la domesticación, un proceso modelado por la mano humana, ha ampliado la diversidad en la forma del cráneo de estos animales. Sin embargo, también ha provocado que ciertas razas domésticas, en particular aquellas con caras planas como los pugs y los gatos persas, se asemejen de maneras sorprendentes.
Este redescubrimiento de la convergencia no sólo es una curiosidad evolutiva, sino que tiene serias implicaciones para el bienestar animal. La preferencia humana por mascotas con rasgos infantiles —cabezas redondeadas, ojos grandes— ha pasado de ser un capricho estético a un problema de salud. Animales criados artificialmente, como los gatos persas y las razas caninas braquicéfalas, enfrentan dificultades respiratorias, problemas neurológicos y complicaciones en el parto debido a sus cráneos anómalamente formados.
En 2024, el comité del gobierno del Reino Unido sobre bienestar animal alertó sobre los impactos de la cría selectiva. Este comité abogó por regímenes más estrictos para evitar que estos problemas de salud hereditarios se transmitan. La idea es erradicar las condiciones que limitan duradería y calidad de vida. Reducir los problemas que aparecen por una cría irresponsable y con fines puramente estéticos ayudaría a muchas razas.
Es inquietante cómo en pocas décadas de selección artificial, nuestra preferencia por lo “lindo” y “tierno” ha alterado radicalmente un proceso evolutivo que de otro modo habría llevado millones de años. Este estudio no solo nos educa sobre las consecuencias de nuestras elecciones, sino que subraya la urgente necesidad de ser más reflexivos con las que hacemos.