Hace ya varios años, el conflicto diplomático entre Estados Unidos e Irán tomó un giro peligroso y personal debido a las represalias por la muerte del comandante iraní Qassem Soleimani, quien fue asesinado en un ataque aéreo ordenado por el expresidente Donald Trump. Desde entonces, la sombra de venganza ha persistido tenaz, apuntando directamente a antiguos colaboradores del expresidente y sumiendo a los oficiales estadounidenses en un estado de alerta constante.
Irán ha dejado en claro su intención de tomar represalias, centrándose en una lista de personas que formaron parte de la administración Trump. Este “listeo de objetivos” se confirma a través de intimidantes vídeos de propaganda que circulan en las redes sociales iraníes, y por declaraciones beligerantes hechas por funcionarios de alto nivel del país.
A pesar de la amenaza inminente, la protección gubernamental no se distribuye equitativamente. Las agencias gubernamentales han desplegado recursos significativos para proteger a algunos de los antiguos funcionarios de Trump, con un gasto anual que alcanza la notable cifra de 150,00 € millones. Sin embargo, esta no es una realidad para todos los que se supone están en el ojo del huracán.
Individuos como el ex Embajador John Bolton y el exasesor de seguridad nacional, Robert O’Brien, han visto comprometida su seguridad en el pasado. Se ha reportado que han sido objeto de seguimiento por operativos presuntamente vinculados con Teherán, lo que ha generado comparaciones con otros incidentes, como el intento de asesinato contra el autor Salman Rushdie.
Este panorama ha puesto pronunciado un desfase entre las amenazas percibidas y las medidas de protección reales. Incansable, el gobierno de EE. UU. ha reiterado su compromiso de proteger a todos los ciudadanos bajo amenaza, pero con cierta lentitud en concretar un plan efectivo y uniforme para todos. De este modo, las lagunas en la defensa han obligado a algunos a financiar costosos sistemas de seguridad por su cuenta.
El Congreso ha reaccionado extendiendo fondos adicionales al Departamento de Defensa y a la Administración de Seguridad Nacional, pero estos esfuerzos abordan solo parcialmente la creciente preocupación. Las amenazas no son meras bravatas virtuales; en ocasiones, los operativos iraníes han demostrado ser sorprendentemente ingeniosos al eludir las defensas.
Un fuerte consenso entre los oficiales de inteligencia y seguridad es que tanto el gobierno como el público necesitan asumir la gravedad de la situación. Porque incluso más allá de las ópticas políticas, la vida de los exfuncionarios de la era Trump sigue estando en una peligrosa intersección internacional, donde la diplomacia es tan crucial como una sólida defensa estratégica.