Rusia y China han cimentado una alianza estratégica que pone al Ártico en el centro de sus operaciones conjuntas, una región que adquiere creciente relevancia geopolítica. Este eje Moscú-Beijing ha permitido que ambos países no sólo expandan su influencia sino también fortalezcan su poder militar en el área, desafiando seriamente la seguridad de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
En julio, un hecho significativo reforzó esta cooperación: aviones estadounidenses interceptaron dos bombarderos rusos y dos chinos en la zona de identificación de defensa aérea de EE.UU. sobre Alaska. Este movimiento sin precedentes subraya la expansión de esta alianza en una región previamente congelada y olvidada por Occidente.
Rusia, desde la invasión de Crimea en 2014, ha incrementado su presencia militar en la región del Ártico, aprovechando tanto oportunidades como desafíos provocados por el deshielo. La economía rusa, entre tanto, ve una fuente de ingresos en la potencial utilización de su vasta línea costera en el Ártico, que podría convertirse en una ruta viable para el transporte comercial entre Asia y Europa.
Para proteger sus intereses y maximizar el control sobre su línea costera que se extiende desde el Mar de Barents hasta el Estrecho de Bering, Rusia ha cerrado el acceso a la Península de Kola empleando una red densa de defensa aérea. Además, ha invertido masivamente en tecnología de misiles guiados de precisión que le permite alcanzar objetivos lejanos sin necesidad de desplegar fuerzas navales tradicionales.
China ha demostrado ser un aliado ferviente, mejorando sus capacidades árticas de doble uso con el fin de facilitar los movimientos rusos y, al mismo tiempo, abrir una nueva ruta polar de la seda al vincular su infraestructura con la rusa. La construcción de buques rompehielos y contenedores de clase hielo por parte de una empresa conjunta rusa-china subraya su intención de fortalecer la conectividad a lo largo de esta ruta ártica.
La alianza plantea desafíos a la OTAN, cuyo posicionamiento en el Ártico es insatisfactorio. Con su infraestructura de comunicación y datos apenas adecuada para un conflicto híbrido, los países aliados, entre ellos Canadá, Noruega y Dinamarca, deben equilibrar sus compromisos en otras regiones para aumentar su capacidad de respuesta en el Ártico.
La tesis central que se desprende es la necesidad de una acción concertada y urgente por parte de Estados Unidos y sus aliados para contrarrestar esta amenaza creciente. Para ello, fortalecer su presencia y asegurar infraestructuras son pasos esenciales a tomar en una estrategia más amplia. A la vez, el escenario actual evidencia cómo el deshielo en el Ártico está reescribiendo las reglas del juego geopolítico, impulsando a actores claves a replantearse sus movimientos con celeridad y astucia.