Polonia ha dado un golpe sobre la mesa en la controvertida cuestión de la migración al anunciar su intención de suspender el derecho de los recién llegados a solicitar asilo. Esta medida, aunque enfrenta fuertes críticas por ser potencialmente contraria al derecho internacional y a las normativas de la Unión Europea, es un intento claro de proteger las fronteras del país y detener una estrategia que el gobierno polaco considera peligrosa: la manipulación de la migración por parte de Belarus.
El primer ministro Donald Tusk, reflejando una postura firme que resuena en más rincones de Europa, ha prometido no retroceder, sosteniendo que es deber del gobierno proteger la seguridad tanto de Polonia como del resto del continente. “La seguridad de nuestra frontera no estará sujeta a negociación”, declaró decididamente.
Mientras tanto, el flujo constante de migrantes, alentado por el presidente bielorruso Alexander Lukashenko, sigue llegando a la frontera boscosa de Polonia, lo que ha provocado críticas por parte de la UE, que señala un “ataque híbrido” contra el bloque. Polonia, que ha experimentado al menos 26,000 cruces de este tipo en el presente año, está convencida de que estas tácticas buscan desestabilizar Europa y favorecer a Rusia.
Ante esta crisis, Alemania también impuso restricciones fronterizas, acogiendo la tendencia de una Europa que cada vez mira con más desconfianza las intenciones de sus vecinos del este. La Comisión Europea, por su parte, ha asegurado que tales desafíos deben enfrentarse sin comprometer los valores fundamentales del bloque.
El intento de suspender el asilo no es una idea unilateral de Polonia. Finlandia ya implementó una medida similar en mayo, al igual que lo han sopesado otras naciones fronterizas contiguas a Rusia y Belarus. No obstante, el equilibrio entre medidas de protección fronteriza y obligaciones internacionales no será fácil de alcanzar para Varsovia.
En la escena política interna, Tusk encara críticas de grupos de derechos humanos y de ciertos sectores de su coalición gobernante que consideran la medida una afrenta a derechos fundamentales universalmente reconocidos. Sin embargo, su postura parece encontrar eco en un sector significativo de la población polaca que se muestra reticente a recibir migrantes de países no europeos.
A fin de cuentas, la firmeza de Tusk apunta a asegurar una posición sólida para su partido en las próximas elecciones presidenciales, rivalizando con una oposición que anteriormente fustigó por políticas rígidas de inmigración. En un clima donde las migraciones se han transformado en un combustible político, la estrategia de Tusk podría ser decisiva para su permanencia en el poder.